Celebran en Zapala el centenario del primer cruce de los Andes en aeroplano

La hazaña histórica fue ejecutada por el Teniente Aviador Luis Cenobio Candelaria el 13 de abril de 1918, cuando unió con un aeroplano Zapala y Cunco (Chile).

 

La secretaría de Planificación y Acción para el Desarrollo-COPADE recuerda que este viernes se cumplen 100 años de una hazaña de la aviación nacional que involucra a un joven teniente aviador llamado Luis Cenobio Candelaria, quien soñó con ser el primero en cruzar en vuelo la imponente Cordillera de los Andes. Lo logró tras despegar con un monoplano Morane Saulnier, modelo Parasol “Mendoza” 80 HP, modelo 1914, desde una improvisada pista en la ciudad neuquina de Zapala y capotar a las dos horas y media en la localidad chilena de Cunco.

Más allá del valor histórico del cruce que concretó el teniente aviador Candelaria, el entusiasmo con que trabajó para alcanzar ese objetivo es digno de reconocimiento y el vínculo que forjó con Zapala fue tan grande que, a pesar de que pasó allí apenas una semana, pidió que sus restos descansen en suelo neuquino.

Su recuerdo se multiplica en la ciudad a tal punto que hoy y mañana se organizaron diversas actividades en su honor, que incluyen desde la presentación en sociedad de una representación a escala del aeroplano que utilizó hasta una muestra histórica en el Museo Municipal y un desfile cívico-militar.

La iniciativa es impulsada desde la municipalidad zapalina. Cuenta con el acompañamiento del Consejo Federal de Inversiones (CFI), a través del COPADE, y ha sido declarada de interés provincial mediante el Decreto 309/2018.

Los vecinos interesados en el recupero histórico de Zapala, Mario Argat y Osvaldo Beroísa, prepararon una documentación que recopila la historia de esta hazaña y será entregada a quienes asistan a los actos además de ser repartida en las escuelas locales.

“Se cumplen cien años del vuelo de Candelaria y queremos destacar que no fue producto de una improvisación sino de sus ganas de trascender –afirmó Beroísa-. Él contó en un libro que la idea era pasar los Andes por Mendoza pero aparentemente el aeroplano no daba la altitud y corría riesgo de perder su vida. La Escuela de Aviación Militar Nacional no le permitió hacer el cruce por esa provincia, entonces lo enviaron a los talleres de El Palomar para hacerse cargo de tareas administrativas”.

Historia de la hazaña

Mientras cumplía con sus órdenes, Candelaria no dejó de preparar su hazaña: con la ayuda de tres mecánicos y un carpintero, que hizo una hélice nueva, logró reparar el aeroplano oficial que habían donado las Damas Mendocinas y que ya había sufrido varios accidentes. En paralelo, leía lo poco que existía en ese momento sobre Zapala, su ubicación y características. En esa época se había transformado en punta de riel, un dato relevante para sus planes.

Una vez reparado el aeroplano pidió permiso a sus superiores para ir a Mendoza. Los historiadores dicen que se lo negaron. Intentó entonces que lo autoricen a hacer pruebas en Zapala. Creía que éste era un lugar propicio para alcanzar la altitud necesaria para cruzar los Andes.

El 4 de abril de 1918 levantó vuelo en El Palomar hasta una cercana ciudad de provincia de Buenos Aires. Allí desarmó el avión y lo cargó en un vagón del ferrocarril que previamente había solicitado. El 5 de abril el aeroplano llegó desmantelado a Zapala.

A sus 25 años el joven ingeniero militar nacido en Buenos Aires pisaba el suelo zapalino con un sólo objetivo, meta que alcanzaría apenas siete días después, tras armar una pista en la actual esquina de Candelaria y Chaneton, donde está ubicado actualmente un monumento en su honor.

Contrató a vecinos para que lo ayudasen en la tarea, a fuerza de pico y pala, e instaló un hangar de lona que quedó a merced del viento patagónico pero sirvió a sus fines. Por esos días, en la cordillera había nevado.

“Hizo dos tentativas, el 8 y el 10 de abril, para ver cómo se comportaba el aeroplano y visualizar por dónde podía encarar el cruce –detalló Beroísa-. El 12 mandó el telegrama al director de la Escuela de Aviación de El Palomar, pidiendo permiso y diciendo que iba a cruzar la frontera”. Los preparativos comenzaron en la madrugada del 13 de abril y a las 15.30 de la tarde emprendió vuelo hacia Chile. La distancia al vecino país desde ese punto es de 230 kilómetros. La altura alcanzada, 4.100 metros. La duración del viaje fue dos horas y media.

“Recibió algunas indicaciones de gente de Zapala, para que siga la traza del río Biobío en la zona del actual paso Pino Hachado, ya que seguramente encontraría un lugar para aterrizar cerca de Temuco. Pero se desvió aproximadamente unos 50 kilómetros hacia el sur y llegó a Cunco”, contó. El aterrizaje no fue suave: la hélice se enredó en unos alambrados y provocó que el monoplano choque contra la tierra y se de vuelta.

Con el tiempo escribió que volvió “como gateando nuevamente a la vida”. Lo único que le interesaba era saber si lo había logrado: la confirmación llegó junto con el auxilio de un trabajador chileno llamado Cipriano Luengo Cancino quien le informó que estaba efectivamente en suelo trasandino.

Tras recuperarse del estado gripal y el enfriamiento que le provocó volar en tales alturas, obtuvo la asistencia de un mecánico de apellido Soriano que fue desde Zapala a Las Lajas con Martín Etcheluz y luego cruzó a caballo hasta Cunco para recuperar el aeroplano. Una vez desarmado, lo subieron a un catango y lo transportaron hasta Temuco para tomar el tren que lo llevaría hacia Santiago de Chile. El arribo a Buenos Aires se produjo varios días después: el 11 de mayo de 1918. La hazaña había sido realizada y el sueño, cumplido.

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